sábado, 10 de septiembre de 2011

Teatro Pedro Díaz

                                           Teatro Pedro Díaz
A un costado de las Casas Reales, sobre el viejo camino de siempre, que entre otros varios nombres se llamara un día Calle de San Juan Coscomatepec o de los Treinta Señores (hoy avenida 1) el cabildo juzgo que fuera el lugar apropiado para levantar un recinto destinado a las Actividades Teatrales a fines del siglo XIX.
Presentándose de inmediato como solicitante de la obra el señor don Pedro Díaz con su señora esposa doña Manuelita Marín. Al cabo se les encomendó la edificación del inmueble que fue solemnemente inaugurado el 28 de diciembre de 1896 poniéndose en escena la zarzuela “La Tempestad” con la asistencia de lo más granado de la sociedad cordobesa, que lleno los palcos y las plateas dándose al recién inaugurado Teatro el sobrenombre de “La Tacita de Plata”, dada su graciosa arquitectura, así como por el artístico frontón de estilo clásico griego sostenido por cinco esbeltas columnas que descansan sobre macizos basamentos.
Una vez que nuestro máximo Coliseo fue escenario de inolvidables representaciones y festejos, la ya citada comisión que se ocupo de su administración y sostenimiento, decidió decorar los interiores del recinto, alfombrado los pasillos, lunetas, palcos y plateas, y proponiendo a la ciudadanía se pintara un mural sobre el escenario, decorando al mismo tiempo el techo para finalmente, después de varias sugerencias, decidirse por la feliz idea de reproducir a todo color en aquel amplio espacio el Parnaso Griego, con las nueve musas colocadas a lados de la Venus Olímpica que quería de pie, teniendo por fondo tornasolado y azul pavo real con la esplendida cola extendida, misma figura de la diosa que decorada al amplio cielo del Teatro.
Dice la tradición que aquella hermosa pintura fue encomendada a un artista que por esas fechas triunfaba en San Luis Potosí y que vino a esta Ciudad de Córdoba a hacerse cargo de obra. Con él, que era ya anciano, llego también un joven en calidad para ayudarlo a bosquejar y aplicar los colores.
El mural, que era de grandes dimensiones, fue pintado en óleo, pero con la novedad de que tanto la diosa Venus como las nueve musas, por la comisión organizadora, tendría por modelos a las bellas damitas de aquella distinguida sociedad.
Gran revuelo causo la noticia entre las jovencitas, que halagadas aceptaron tomar parte de inmediato, y una vez conseguido el permiso de sus padres, mas lindas que nunca, se presentaron en el Teatro donde los artista dieron principio a su obra.
Todas las mañanas el Teatro se inundaba de la febril actividad de las muchachas y los pintores, en un ambiente de regocijo y entusiasmo, para participar en la creación del mural, que todavía allá por el año de 1935 los cordobeses tuvimos dicha de apreciar.
Entre aquel ramillete de flores, todas llenas de gracia y encanto, había una niña a la que la inspiración eligió para representar a la Ninfa Terpsícore, musa de la danza. Pero la linda criatura comprometida para casarse, no sospecho la admiración que despertó del joven ayudante del maestro.
El artista, a quien alguien más tarde, dio en llamar Hugo de Aróstegui y Soto Mayor, con la confianza ganada de la joven, rogo atentamente a sus padres le permitiera pintar en oleo un retrato de su hija.
Corriendo los meses de aquel lejano año de 1905 y a la par del hermoso mural, el pintor progresaba con su cuadro, donde la imagen de la protagonista iba tomando cada vez mas forma en el lienzo.
Sin embargo, la presencia del joven artista se vino a hacer cada vez más esporádica, lo que sus conocidos atribuyeron a sus continuos viajes a San Luis Potosí o Guanajuato, de donde procedía.
Nadie se extraño que el pintor, además que se había vuelto muy misterioso, desapareciera de pronto, para ser visto solo de cuando en cuando con una melancólica dibujada en el rostro, cuando antes era lo más animada y sonriente.
La jovencita, en un principio pregunto por él, lo fue olvidando poco a poco a medida que se hacer cava los preparativos de su boda. El maestro, por su lado, se ausento en Córdoba para realizar nuevos trabajos en otras ciudades.
El retrato al oleo permaneció incluso hasta terminar olvidado en el apartamento de anexo donde se guardaba la utilería.
Los años pasaron rápidos, sobrevino la Revolución, llego el cinematógrafo al     Teatro Pedro Díaz y ya nadie se acordó de Aróstegui.
En el año de 1929-en que fallecidos los dueños del Teatro, don Pedro Díaz y su hijo Pedro Díaz Marín, cordobés muy querido que fuera autor de muchas hermosas melodías y amigo de bohemia de Agustín Lara-, los herederos de don Pedro vendieron el Teatro a los señores Manuel y José  Zardaín, y ellos a su vez en el año de 1940 hicieron lo propio a don Gabriel Alarcón, quien lo convirtió definitivamente en cinema.
En esa época corrió el rumor que entre los telones, candilejas, bambalinas y demás cosas inútiles que había en el fondo del escenario, se encontró el famoso cuadro de oleo de la bella cordobesa, causando admiración por el colorido y perfección en las facciones.
Al pie del lienzo, perfectamente visible, se podía leer la firma de su autor: Hugo de Aróstegui y Soto Mayor.
No se sabe quien ordeno, o si fueron los albañiles por decisión propia, la destrucción tanto del hermoso mural como de aquel valioso cuadro en oleo. Fue entonces, que alguien recordó que el retrato había sido producto de un amor no correspondido, y que su autor había preferido dejarlo inconcluso, antes que seguir sufrido la indiferencia de su musa.


Marlon Ernesto Montero González  

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