domingo, 18 de septiembre de 2011

el conejo de la luna


El conejo de la luna


Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
-¿Qué estás comiendo?, - le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.
eloisa paulina gasperin sanchez

la mujer dormida


Mito sobre la mujer dormida, mito mexicano

La mujer dormida

onatiuh, el Dios Sol, vive con su familia en el cielo 13 en el que no se conoce la oscuridad ni la angustia...El hijo de Tonatiuh era el príncipe Izcozauhqui a quien le encantaban los jardines. Un día el príncipe oyó hablar de los vergeles del señor Tonacatecuhtli. Curioso fue a conocerlos. Las plantas parecían más verdes y los prados frescos y cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se acercó con presteza y al hacerlo, se encontró con una mujer que salía de las aguas ataviada con vestidos de plata. Se enamoraron de inmediato ante el beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos, recorrían un cielo y otro. Pero los dioses les prohibieron ir más allá de los 13 cielos.
Los enamorados conocían el firmamento. La curiosidad por saber qué había bajo de él hizo que descendieran a conocer la tierra. Allí la vida es diferente. El sol no brilla todo el tiempo, descansa por las noches. Hay más colores, texturas, sonidos y animales que en todos los cielos recorridos.
Los príncipes, al descubrir que la tierra es más hermosa que los paraísos celestiales decidieron quedarse a vivir en ella para siempre. El lugar escogido para su morada estaba cerca de un lago, al lado de valles y montañas.

Los dioses, furiosos por la desobediencia de la pareja, decidieron un castigo. La princesa enfermó repentinamente, fueron vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La mujer supo que esa era la sanción de los dioses, Tonatiuh se lo hizo saber con sus abrasadores rayos. A ella no le permitirían vivir.
Separándolos, con su muerte, para siempre. Se lo dijo al príncipe, le pidió que la llevara a una montaña con el fin de estar junto a las nubes, para que, cuando él regresara con su padre, pudiera verla más cerca desde el cielo. Fueron sus últimas palabras, después se quedó quieta y blanca como la nieve.

El príncipe con su preciosa carga a cuestas caminó días y noches hasta llegar a la cima de la montaña. Encendió una antorcha cerca de ella, la veló, como si la princesa durmiera.

Izcozauhqui se quedó junto a ella, sin moverse, hasta morir. Ella se convirtió en la mujer dormida (Iztaccíhuatl) y él en el cerro que humea (Popocatépetl).
Eloísa paulina Gásperin Sánchez

el sol y la luna


EL SOL Y LA LUNA

            En casi todas las culturas hay leyendas que explican el origen de estos dos cuerpos celestiales. Esta leyenda explica también por qué en México se pueden ver las huellas de un animalito en la luna. Otras leyendas nos dicen que en el Perú un zorro está en la luna, mientras en España, en Vietnam y en los Estados Unidos hay un hombre ¡Qué curioso que los astronautas no los vieron!
Antes de que hubiera luz en el mundo, los dioses de Teotihuacán  hablaron entre sí para decidir quiénes iban a dar luz al mundo. Todos los dioses estaban en un salón grande de uno de los muchos templos. Preguntaron:
-¿Quiénes de nosotros van a dar luz al mundo?
Todos sabían que dar luz al mundo no era una tarea fácil. Iba a costar la vida de los que decidieran hacerlo, pues tenían que echarse en una gran hoguera. Nadie contestó al principio. Luego uno de los más jóvenes de los dioses, Tecuciztécatl, habló y dijo en voz alta:
-Yo estoy dispuesto a echarme al fuego.
Todos a una voz dijeron: -¡El dios Tecuciztécatl es un gran dios! Todos te felicitamos.
Pero necesitaban dos dioses y no había otro dios lo suficientemente valiente para acompañar a Tecuciztécatl. Él se burló de los otros diciendo:
-¿Dónde hay un dios tan valiente como yo en toda la región? ¿Nadie se atreve a ofrecer su vida para dar luz al mundo?
Nadie contestó. Todos guardaron silencio por unos minutos y luego comenzaron a discutir entre sí. Durante la discusión el ruido era tan grande y el movimiento tanto que no se dieron cuenta de que un dios viejito se levantó lentamente y se puso delante de todos ellos.
El viejito era pobre y humilde. Su ropa no era elegante. Los otros quisieron saber por qué él se había levantado.
-¿Qué quiere él?-dijeron algunos.
-¿Quién cree él que es?-dijeron otros.
-No tenemos tiempo para los viejitos ahora-dijeron los más jóvenes.
-Él no es lo suficientemente valiente-gritaron unos de los dioses.
-¿Cómo puede querer un viejito dar su vida?-dijeron los principales de entre los dioses. Pero el viejito, levantando la mano, pidiendo silencio, dijo:
-Yo soy Nanoatzín, viejo sí, pero dispuesto a dar mi vida. El mundo necesita luz. Como no hay otros voluntarios, quiero ofrecer lo que queda de mi vida para dar luz al mundo.
Después de un momento de silencio, -Grande es Nanoatzín-gritaron todos. Si las felicitaciones dadas a Tecuciztécatl fueron muchas, las dadas a Nanoatzín fueron mayores..
Luego todos se pusieron a hacer la ropa necesaria para la ceremonia. Era muy bonita, de algodón muy fino, con oro, plata y plumas de aves de todos colores.
Durante toda una semana nadie comió. Todos estaban en estado de meditación porque dar luz al mundo era muy importante.
Cuando llegó el día, encendieron una gran hoguera en el centro del salón. La luz iluminó todo.
Tecuciztécatl fue el primero que se acercó al fuego, pero el calor era tanto que él se retiró. Cuatro veces trató de entrar, pero él no se atrevía.
Luego Nanoatzín, el viejito, se levantó y caminó hacia la hoguera. Él entró en el fuego y se acostó tranquilamente. -¡Ay!-dijeron todos con mucha reverencia. Y en voz baja todos repitieron: -¡Grande es Nanoatzín!
Después le tocó a Tecuciztécatl. Él tenía vergüenza. El viejito no tenía miedo y él sí. Así que él se echó al fuego también.
Todos los dioses esperaron y, cuando ya no había fuego, todos se levantaron y salieron del salón para esperar las luces.
No sabían de qué dirección ni cómo iba a llegar la luz. De repente, un rayo de sol apareció en el este; luego, el sol entero. Era muy brillante y todos sabían que era Nanoatzín porque él entró en el fuego primero.
Después de algún tiempo, salió también otra luz. Era la luna, y era tan brillante como el sol.
Uno de los dioses luego dijo:
-No debemos tener dos luces iguales. Nanoatzín entró primero. Él debe tener la luz más fuerte. Debemos oscurecer un poco la segunda luz.
Y otro de los dioses agarró un conejo y lo arrojó al cielo, pegándole a la luna.
Hasta el día de hoy, el sol es más brillante que la luna; y si uno se fija bien en la luna, puede ver las huellas del conejo.
Eloísa paulina Gásperin Sánchez

la madre del maiz

Esta leyenda cuenta como el pueblo Huichol, gracias a la madre del maíz y a un joven afortunado, conoce la planta de maíz.
El pueblo Huichol estaba cansado por la monotonía de su comida. Un muchacho del pueblo, al que le habían llegado noticias de la remota existencia de una planta con cuyos frutos se podían preparar muchas y variadas comidas, decidió partir en su búsqueda. Encontró una fila de hormigas, que solían ocultar maíz y decidió seguirlas. Caminó y caminó tras de ellas, hasta que rendido por el cansancio, se durmió.
Entonces las hormigas se aprovecharon y se comieron toda su ropa. Al despertar y verse desnudo y hambriento, el muchacho cayó en sentidas lamentaciones hasta que un pájaro se posó ea una rama cercana. Cogió su arco y apuntó su flecha, pero el pájaro le habló y le dijo que no osara matarlo, puesto que era la Madre del Maíz, y estaba dispuesto a guiarlo hasta donde había maíz en abundancia.
Fueron hasta la Casa de Maíz, y el muchacho conoció a la las hijas de la Madre del Maíz, con una de las cuales, Mazorca Azul, se casó y regresó a su pueblo. Como no tenían casa, el muchacho y su bella y dulce esposa durmieron en los lugares del culto.
Como un milagro, el lugar de los recién casados amanecía todo lleno de mazorcas de maíz, que Mazorca Azul repartía generosamente a quien quisiera pedirle, mientras enseñaba cómo preparar las comidas, cómo sembrar y cómo cuidar de la siembra del maíz. Cuentan que a tanto llegó la generosidad de Mazorca Azul que, después de enseñar todo lo que sabía acerca del maíz, se molió a sí misma para que su hermoso cuerpo sirviera también de alimento.
Eloísa paulina Gásperin Sánchez